Resulta muy difícil, muy difícil definir qué es la vida pues, aunque podemos hacerlo desde distintos puntos de vista (filosófico, religioso, social, biológico, etc.), sea cual sea este, la vida siempre será “algo” (invisible e intangible) movido por una energía inmaterial e invisible a la que llamamos ánima o alma.
Energía que, aunque no “palpable”, podemos observar por sus efectos, pues configura los biosistemas de las estructuras celulares de los tejidos y órganos de la materia del ser vivo. Estructuras químicas y moleculares que ya podemos medir, tocar, determinar su carga eléctrica, etc. Es decir que, aunque no detectemos nada con aspecto físico a lo que podamos llamar vida, sí podemos ver y cuantificar sus efectos.
La vida, considerada desde un punto de vista biológico, podríamos decir que es capacidad que tiene la materia (gracias a sus estructuras moleculares específicas) para desarrollarse, mantenerse en un ambiente, reconocer, responder a estímulos y reproducirse, permitiendo así la continuidad de la especie. Dicho de forma más sencilla, vida es “aquello” que implica a los seres la capacidad de nacer, crecer y reproducirse para, al final, morir. Por tanto, la vida empieza en la fecundación y termina con la muerte del ser.
Para que un ser vivo cumpla estas funciones necesita energía. Energía que será el motor de todos los procesos biológicos (respiración, digestión, movimiento, etc.) y que el organismo obtendrá merced a la metabolización y asimilación de los alimentos. Sin embargo, como las necesidades biológicas cambian con la edad y las circunstancias que nos rodean, es por ello que al nacer no se adquiere la vida para siempre, sino sólo la capacidad para que esa energía interna forme los mecanismos de adaptación necesarios para vivir en su medio ambiente.
Si bien esto es así para cualquier ser vivo (animal o vegetal), en el ser humano la vida es algo más pues, además de esas funciones corporales, posee otras de las que carecen los demás seres vivos como, por ejemplo, razonar, amar, odiar, pensar, tener voluntad, crear, deducir, responsabilidad, espiritualidad, etc. Estas características se deben a la parte espiritual o alma que anima ese cuerpo. Es por ello que todas las religiones monoteístas (incluida la nuestra, la cristiana), consideran vida humana a la unión de cuerpo y alma: el primero, biológico, mortal; la segunda, inmortal, sobrevivirá al cuerpo en una vida “más allá”, eterna (reencarnación para el budista, el Paraíso para un mahometano, el Cielo para el cristiano)
Y, así como aislamos nuestro cuerpo, para protegemos del exterior, envolviéndolo en trajes, vestidos, abrigos y zapatos, sin darnos cuenta también envolvemos nuestro espíritu con capas defensivas (dignidad, títulos, estatus social…) que nos aíslan a unos de otros. Sin embargo, por mucho que lo intentemos no conseguiremos aislarnos totalmente pues, en el fondo, siempre permanecerá lo auténtico y esencial de cada uno: el alma. Si, esa parte a la que no vemos pero que si la dejáramos conocer a la de otra persona no se verían enemigas, ni sentirían odio, ni envidia, ni miedo, pues las personas no son mejores ni peores unas que otras, sólo son diferentes, tienen habilidades distintas.
Somos nosotros los que, con las capas de camuflaje que nos ponemos a lo largo de nuestra vida, tratamos de pasar desapercibidos. Por eso, cuando vemos a un niño, a un ser sin barreras defensivas, con una mirada auténtica y sin engaños, le sonreímos. Sacamos el alma de niño que, pese a todo, mantenemos dentro de nuestras envolturas y sonreímos. Sonrisa que nos habla de esperanza y que nos diferencia de los demás seres, pues el hombre, por la disposición de sus músculos faciales, es el único ser vivo que puede sonreír.
Si nos desprendiéramos de esas capas defensivas que nos impiden sonreír, que nos separan de los otros, seríamos más felices. Pero, ¿hacemos algo por quitárnoslas o, por el contrario, nos envolvemos más cada vez más en ellas? Puede que sea esto último por cuanto los casos de ansiedad, depresión, suicidios, deshumanización, egoísmo, etc., van en aumento en nuestra sociedad. Es verdad que la Ciencia ha dedicado muchos esfuerzos en mejorar los aspectos patológicos del ser humano; pero también es verdad que ha hecho poco por estimular los positivos (creatividad, humor, felicidad…)
Y es que la vida es como un negocio, una inversión, con valores negativos y positivos, en la que podemos ganar o perder según como la enfoquemos. En la medida que las ganancias sean mayores que las pérdidas habremos hecho un buen negocio, en caso contrario habrá sido malo.
Conseguir las mayores ganancias, la máxima felicidad, es la aspiración de todos en esta vida. Para conseguirlo contabilicemos como pérdidas las decepciones, las dificultades, los fracasos, las traiciones, etc.; y como ganancias, las alegrías, satisfacciones, el deber cumplido, la honradez, responsabilidad, ética, justicia, etc. Cuanto mayor sea el peso de las ganancias, mayor será el grado de felicidad alcanzado, mejor negocio habremos hecho.
Pero la felicidad no se regala, cuesta sacrificio conseguirla, hemos de buscarla. Para ello, tratemos de combinar en justa proporción lo que se es, lo que se tiene y a lo que se aspira. Por eso, así como ejercitamos el cuerpo para mantenerlo fuerte durante su vida biológica, también debemos ejercitar nuestro espíritu para mantenerlo “en forma” y poder alcanzar ese balance positivo en nuestra cuenta. Nos ayudará a conseguirlo, por ejemplo, enumerar lo bueno que nos da la vida a diario, agradecer a Dios habernos concedido ver la luz de un nuevo día, el sol, el cielo, los árboles, los montes, los pájaros, el mar… Sonreír con frecuencia, ser amables, defender al débil, buscar la justicia, enterrar el orgullo, ser responsables, tender la mano a quien nos solicita ayuda, y un lago etcétera de pequeñas-grandes cosas que podemos hacer. ¿Acaso todo esto, a lo que no damos importancia, no nos ejercita el alma? ¡Que mejor oración que alabar a Dios en sus obras! Por último, guardemos estas acciones en un lugar seguro (para un cristiano, sin duda, es hacerlo en nombre de Dios) y el negocio habrá sido “redondo”.
Si bien al comenzar me resultaba difícil definir la vida, ahora, al concluir, me parece sencillo pues la vida, podríamos decir, es como un maravilloso preámbulo, más o menos largo, que Dios (Creador del Universo y sus criaturas) ha puesto en nuestras manos para que la disfrutemos y, si queremos, la prolonguemos viviendo para siempre junto a Él.
Francisco Susarte
Ginecólogo